El Dragón renacido by Robert Jordan

El Dragón renacido by Robert Jordan

autor:Robert Jordan [Jordan, Robert]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 1991-04-04T22:00:00+00:00


32

El primer barco

El Puerto del Sur propiamente dicho era una gran dársena redondeada construida por los Ogier cercada por altos muros de la misma piedra blanca veteada de plata que se encontraba en el resto de Tar Valon. Un largo muelle resguardado con techumbre recorría todo su perímetro, sólo interrumpido por las anchas puertas que daban acceso al río. Junto a él se alineaban bajeles de todos los tamaños, en su mayoría atracados por el lado de popa, y a pesar de la hora había un hormigueo de trabajadores en camiseta cargando y descargando fardos y arcones, cajones y barriles, con cuerdas, palos de carga o simplemente en la espalda. Las lámparas que colgaban de las vigas del techo componían una franja de luz en torno a las negras aguas del centro del puerto. Entre la oscuridad se deslizaban pequeñas barcas, cuyos cuadrados fanales prendidos en los altos codastes semejaban luciérnagas que corrieran a ras del agua. Eran pequeñas únicamente en comparación con los barcos, pues muchas de ellas tenían hasta seis pares de largos remos.

Cuando Mat traspuso un arco de pulida piedra roja seguido del rezongante Thom, y bajó las amplias escalinatas que conducían al muelle, a menos de veinte metros de distancia soltaban amarras los marineros de una embarcación de tres mástiles. El navío, de unos treinta metros de eslora y una chata cubierta rodeada de barandilla que casi quedaba al mismo nivel del atracadero, era uno de los mayores que había fondeados allí. De todas formas, lo importante era que iba a partir. «El primer barco que zarpe».

Un hombre de pelo gris se aproximó a ellos. Las tres hileras de cuerda de cáñamo cosidas a las mangas de su oscura chaqueta lo identificaban como encargado de los muelles, y sus anchos hombros sugerían que sin duda había comenzado su carrera halando cuerdas en lugar de lucirlas en su vestimenta. Posó accidentalmente la mirada en Mat y se detuvo, con la sorpresa pintada en su atezado rostro.

—Tu equipaje delata qué intención llevas, chico, pero ya puedes olvidarte de ello. Las hermanas me han enseñado un retrato tuyo. No embarcarás en ningún navío del Puerto del Sur, chico. Vuelve a subir por esa escalera antes de que ponga a alguien a vigilarte.

—¿Qué diablos…? —murmuró Thom.

—La situación ha cambiado en redondo —aseguró Mat. El barco estaba soltando la última cuerda de amarre; las triangulares velas aferradas todavía formaban gruesos bultos sobre los largos botalones, pero la tripulación estaba preparando los remos. Sacó el papel de la Amyrlin del bolsillo y lo acercó a la cara del encargado—. Como podéis ver, parto en misión oficial de la Torre, cumpliendo órdenes de la Amyrlin en persona. Y debo irme precisamente en ese barco.

El encargado leyó varias veces el texto del documento.

—En mi vida he visto nada parecido. ¿Para qué iba a decir la Torre que no podías marcharte y darte luego… esto?

—Preguntadle a la Amyrlin, si queréis —dijo Mat, dando a entender, no obstante, que no podía haber nadie tan necio como



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